pero cuando subía al escenario nos miraba sin juzgarnos, mientras interpretaba sus solos.
Sus dedos apretaban los pulsadores como si los acariciara
y a veces los aporreaba como si no llegara a ellos, en un alarde de prestidigitación.
En sus ojos por momentos había una alegría exultante, eufórica casi
y por momentos languidecían brillando como si llorara.
Si era por la melodía que tocaba nadie lo supo nunca,
si era porque le traía buenos o malos recuerdos, tampoco,
con el acorde siguiente su mirada era otra y yo me preguntaba
si algún día conocería los secretos del alma de aquel músico,
ese músico que tras cada sesión tomaba una copa con quien le invitaba,
y mostraba cumplida complacencia por los cumplidos sinceros
y completo escepticismo por una conversación vana e insulsa,
pronto se le veía recoger su trompeta dorada con el ritual
de quitar la embocadura,limpiar el pabellón,la vara de acorde
y acunarla en su caja negra como si enterrara allí una criatura,
Así era los días en que el "trompetista de jazz" tocaba, la sala volvía al jolgorio de las voces y carcajadas de los clientes
y en mis oídos todavía vibraban las notas que emitía su trompeta.
Era como si todos los grandes compositores de jazz miraran desde los marcos en las fotografías que estaban postergados en el club,pasado
por aquel lúgubre local donde el trompetista tocaba a veces
y sus notas quedaban como suspendidas en el aire, todas esas melodías
que me traían tristes y alegres recuerdos,de una forma muy peculiar, tenía la magia que solo poseen los grandes músicos de envolverte en su genialidad y transportarte a otros mundos desconocidos
Y como si hubiera sido un fascinante sueño el trompetista ya no
estaba, desaparecía, tal vez se iba a tocar a otra sala o otro club de jazz,
nunca le ví marcharse,tampoco coincidí con el en otro lugar,
pero de algo si estoy completamente seguro; nunca oí otra trompeta igual,otro sonido como la de ese
trompetista de jazz, de sombrero y traje gris como su vida.
